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martes, 11 de mayo de 2010

Deportes caninos al alcance de todos

En una campa a orillas del río Oria se sitúan las instalaciones del Club de Agility Kai-Argi, uno de los pocos de Euskadi donde practicar esta disciplina deportiva creada para el disfrute de perros y dueños, y que poco a poco va ganando más adeptos en Gipuzkoa.

José Juan Gil es la persona que dirige este centro, que sustentan apenas una decena de socios, y que trata de promover esta disciplina en Gipuzkoa, ya que «no existe ninguna limitación o restricción a la hora de practicar agility. Es un deporte que se puede practicar con todo tipo de perros, y no es necesaria una edad mínima para empezar. Lo ideal es que se comience cuando son cachorros, pero todos los perros pueden aprender aunque ya sean adultos».
Además de presidir el club, José Juan es también el dueño de Nikko, un pastor belga que fue campeón del mundo por equipos en su raza en 2007. Lejos de enfocar esta actividad por su vertiente competitiva, «lo definiría como un juego que potencia la complicidad y compenetración entre perro y amo. Su práctica requiere tener un mínimo de obediencia, y con el paso del tiempo ésta se desarrolla mejor. Es bueno incluso que los perros se entrenen con más de una persona».
No hay ningún manual exclusivo ni una manera única para enseñar a superar los obstáculos, por lo que las enseñanzas se van adaptando al ritmo que marca la asimilación de conceptos del can. «Si en la competición o en los entrenamientos los perros hacen algo mal, el error es exclusivamente del guía. El objetivo de los perros es el hacer bien las cosas y recibir los halagos de su dueño, por lo que una vez que entran en una dinámica de trabajo, ellos piden cada vez más. Algún que otro perro ya resabiado se puede rebelar en un momento puntual, pero ellos obedecen siempre».


No existe la raza especifica o perfecta para esta práctica, aunque «los perros más de moda son los border collie. Sin embargo, son perros de trabajo, que si no les das lo que quieren lo buscan por su cuenta. Es decir, muchas veces se adelantan al que le ordena por su afán trabajador. Personifican a veces la velocidad sin control, por las ganas y motivación que tienen para hacer las cosas. Luego están los caniches, que por su inteligencia son muy apreciados para el agility».
La motivación es una de las claves para que amo y can disfruten. Para potenciarla «la cuestión es que al perro le guste, y que no se le presione. Una buena manera de comenzar a practicarlo es como refuerzo positivo. Por ejemplo, jugar con su pelota, pero a cambio de su esfuerzo, de que consiga pasar ciertos obstáculos antes. Esto es como el sueldo a final de mes para un trabajador. La obediencia debe partir siempre de cosas positivas y premiar lo que se ha hecho bien».
El tiempo y dedicación que exige esta disciplina no es muy exigente. «No es bueno venir todos los días, porque el perro y su amo se saturarían. Con acudir dos o tres veces a la semana es más que suficiente para que haya un progreso ostensible». Cuando mayor esfuerzo se requiere es al principio, «para conocer los obstáculos. Se suelen entrenar dos o tres facetas, y en cuanto lo hacen bien, no hay que hacer hincapié en ellos. Es mejor dejarlo cuando han tenido éxito, antes de que se cansen y empiecen a hacerlo mal. No hay que llegar a los momentos de frustración porque tanto el dueño como el perro se llegan a bloquear. Hay que adaptarse al ritmo de cada perro».
Los obstáculos consisten en pruebas que desarrollan la velocidad, el salto, la coordinación y el equilibrio del animal. «El más bonito para el público es la rueda, pero junto a los de saltos, suele ser de los más sencillos de aprender para el animal, y los superan con naturalidad. El más complicado de aprender suele ser el túnel flexible. Pasan por un tubo que termina en una lona y desconfían, porque no ven una luz al final. También les cuesta el slalom, y el balancín, que al principio les puede llegar a asustar».
En el aprendizaje, «la correa sirve mucho, sobre todo para estos casos, porque se sienten más seguros. También aprenden mucho por imitación». La variedad de las pruebas agudizan asímismo el ingenio de los dueños.
En los obstáculos de contacto «lo que está pintado en otro tono lo tienen que pisar durante al menos cinco segundos antes de dejarlo. Para esto, enseñé primero a Nikko a permanecer en una moqueta, que luego fui colocando en los obstáculos».
Por último, también hay que entrenar la capacidad para memorizar distintos recorridos por parte del amo, ya que en las competiciones, el circuito se da a conocer sólo antes del comienzo. «El guía ordena cada paso, pero a veces el propio perro hace bien lo que le has mandado mal. También hay veces que se precipitan, y para cuando han dado la salida ya está saltando el séptimo obstáculo, pero en general ellos hacen lo que creen que les dices», explica.
El coste que supone adentrarse en el agility no es nada desorbitado. «Nosotros funcionamos como una sociedad. Se paga una cuota de entrada y luego 31 euros al mes, lo que da derecho a ir a entrenar cuando se quiera y disfrutar de una campa para que el perro juegue en libertad». Otra cosa bien distinta es la competición. «Al no ser considerado un deporte no hay subvenciones, y en la federación de agility nos obligan a hacer un campeonato al año, lo que supone que a veces perdamos dinero».
El mayor problema para esta práctica suele ser la falta de espacios cerrados donde practicar. «Los ayuntamientos, en cuanto oyen la palabra ‘perro’ parecen ver problemas. El único sitio de Donostia Kirola donde pueden entrar los perros es el hipódromo. Antes, en invierno, entrenábamos en Illumbe, pero ahora con el Bruesa ya no tenemos sitio» lamenta José Juan.
La competición es más costosa, «porque terminas la mayoría de los fines de semana viajando, pero todo se compensa por el buen ambiente que hay. Resulta difícil al principio porque en pocos hospedajes aceptan animales, pero a medida que compites vas haciendo amigos, y al final terminamos alojándonos en las casas de los participantes».

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